Aquella fría mañana Carlos, estudiante de fotografía, caminaba por las hermosas calles de Quito colonial solitario y pensativo. Era una mañana de lunes de feriado donde en la zona céntrica y colonial de la capital y en días lluviosos y cuando la gente sale a otras ciudades por carnaval, no suele aparecer un alma.
Pensaba Carlos que hacía ya mucho tiempo no iba a aquella zona de la ciudad donde se percibe un aire a lo antiguo, al misterio y al pasado. Con su cámara fotográfica iba retratando iglesias completas, pórticos arabescos, balcones salomónicos, columnas, campanarios, calles de piedra…y llevaba una especie de melancolía en el alma, sin saber por qué.
Llegó a un antiguo monasterio que queda en una parte alta del casco colonial, el gran portón abierto parecía darle una tétrica bienvenida, sin embargo el ir adentrándose en el lugar llegó a un paraíso de belleza; se trataba de un patio gigante de piedra antigua en cuyo centro se encontraba una hermosa pileta de mármol y al rededor hermosos jardines. Se emocionó y pensó que la divinidad le había guiado hasta ahí donde al fin podría hacer unas fotos que le dejarían contento. Así que empezó a tomar muchas fotos, todas hermosas que combinaban la presencia del arte con la belleza de las flores.
Uno de sus acercamientos fotográficos le llamó la atención pues le pareció ver la silueta de alguien escondido tras un arbusto.
Se acercó y vio a una chica totalmente empapada que lloraba solitaria sentada en una piedra en medio del tupido jardín. Ella era hermosa, su cabello era muy largo y rubio, sus ojos oscuros y usaba una bella blusa de encaje.
-Que haces aquí, te ocurre algo?
-La chica solo miró a Carlos y siguió llorando.
-Carlos se quitó la chompa que llevaba puesto y comprobó el frío que hacía, se la puso a la chica.
Ella no respondía a las preguntas de Carlos, así que él tomó su cámara y decidió seguir tomando fotos mientras la chica seguía ahí, se acercó donde ella y le tomó varias fotos a lo que al fin ella sonrió.
La tomó de la mano y ella lo siguió, sin decir palabra salieron del monasterio y empezaron a correr por las callejuelas entre risas.
-No sé quien eres, pero me encanta que sonrías, eres muy bella -le dijo carlos.
Pudo oír su voz sólo en la forma de una risa dulce un poco más alta la voz de ella, cansada por la carrera.
-Si no vas a hablar mejor aún- dijo Carlos- y le dio un beso en los labios a lo que ella correspondió con ternura.
Cuando terminaron de besarse ella hizo un ademán como que iba a hablar, pero solo fue como un suspiro en su cara ya alegre.
Ella era tan hermosa! En su mojado cabello comenzaban a aparecer unos bucles que la hacían ver aún más divina.
-Como podía una mujer tan bella no sonreir -le dijo Carlos- eres mi regalo de belleza en un día parco como hoy.
-Como te llamas? insistió él.
A lo que ella obviamente no contestó decidida a hacer de este encuentro tan fortuito único, especial, misterioso, interesante.
Solo lo miraba con coqueta dulzura y sonreía dejando ver la belleza de sus dientes de coral, solo para echarse a correr de nuevo esperando que Carlos la alcanzase.
Cuando lo hizo ella tomó un esfero de su pequeño bolso cruzado y le anotó su numero de teléfono en la mano, hizo parar un taxi que en ese momento se acercaba, le envió un beso volado y se subió.
Carlos jamás había vivido algo semejante, un sueño de amor, de belleza de felicidad que todo artista desearía vivir algún día…