En primavera el campo se llenó de flores de todos los colores.
-¡Cómo me gusta la primavera! –exclamó una margarita-. Gracias a nosotras, las margaritas, el campo está precioso.
A su lado había una hermosa amapola que le dijo:
-El campo está precioso en primavera, pero gracias a nosotras, las amapolas.
— No digas tonterías –replicó la margarita, ofendida-. Yo soy más guapa que tú, con mi corazón amarillo y los pétalos blancos.
-De eso nada. Yo soy mucho más guapa. Tengo unos grandes pétalos rojos y muy buen olor.
Siguieron peleándose sin llegar a ningún acuerdo. Finalmente la amapola dijo:
-Te desafío a contar cuántas abejas se posan en cada una de nosotras. La que consiga más abejas será la flor más bella.
Las dos dijeron que habían ganado y siguieron discutiendo y tirándose de los pétalos.
De pronto una lagartija que tomaba el sol en una piedra dijo:
— ¿Queréis callaros?. No puedo descansar con vuestros gritos.
-Dinos, lagartija, -le dijeron las dos flores- ¿quién es la más bonita de las dos?
— Las dos erais bonitas antes, pero ahora estáis horribles con los pétalos arrancados.
Las flores oyeron un extraño ruido: Ia, ia, ia,…
— ¿Qué ruido es ese?
— Es el rebuzno de un burro –contestó la lagartija.
-¡Qué animal más feo!
— Pues tened cuidado- dijo la lagartija- porque los burros comen flores y cuanto más bonitas más le gusta comérselas.
El burro se acercó a las flores.
— Oye, burro, si tienes hambre cómete a la amapola.
— No le hagas caso. ¡Cómete a la margarita!, que ella dijo que era más bonita.
— Estas flores parecen deliciosas- dijo el burro-. Voy a comerme a las dos.
De repente, una abeja picó al burro en una oreja y se fue al galope.
— ¡Qué suerte!. –exclamó la margarita- nos hemos salvado por los pelos, digo por los pétalos.
— Hemos sido tontas. No debemos pelear más ni ser tan orgullosas.
Desde entonces las dos flores fueron muy buenas amigas.
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