Como ocurre en todas partes, no existe un estereotipo del español. Los hay alegres y tristes; rubios y morenos; tacaños y generosos; trabajadores y perezosos.
Pero sí existen unas costumbres que sorprenden al extranjero que visita España.
La primera es el horario: todo sucede más tarde. No hay una hora fija para el desayuno; todo depende de cuándo uno entra a trabajar. De todos modos no es costumbre desayunar en casa; como mucho, un café bebido. Por eso son tan importantes el café y el bocadillo de media mañana, en una pausa en el trabajo. Los españoles almuerzan entre la una y media y las dos. El que puede echa la siesta. Hay que notar que desde la una y media hasta las cinco las tiendas están cerradas, lo que tanto fastidio provoca entre los turistas. Eso también se llama «la siesta».
La merienda, obligatoria para los niños, tiene lugar después de las cinco. Para los que tienen la tarde libre es simplemente un motivo de reunión. La familia cena sobre las diez, pero en los restaurantes el horario se amplía hasta las doce.
Justamente ahí empieza la famosa marcha española, cuando todo el mundo sale de casa a tomar unas copas y a divertirse á gusto. Los extranjeros pensamos que los españoles duermen muy poco, y eso parece ser pura verdad.
Lo que queda claro es que buena parte de la vida de los españoles pasa en la calle. Según estudios, la densidad de bares, cafeterías y restaurantes es de 7 por cada 1.000 habitantes. El comportamiento de los españoles en estos locales también es distinto. Sobre todo, a la hora de pagar. Si la cantidad es pequeña, cada día paga uno, y si es mayor, se divide en total entre todos, sin pensar que uno ha comido más que otro.
Y algo singularmente español son las tapas (pequeño plato de comida que acompaña al vino o a la cerveza). Esta costumbre es muy antigua y viene de los tiempos del Rey Alfonso X el Sabio.
Para los jóvenes marchosos las tapas pueden constituir toda una cena.
En España hay ciertos temas tabú. No se suele hablar de la muerte; no se debe preguntar la edad de la gente y está muy mal visto hablar de dinero, sobre todo, si se tiene. Nadie dice «gano mucho» o «gano bastante», sino «no puedo quejarme» o «voy tirando».
Pero se hablar mucho, eso sí, y demasiado alto según los visitantes. No es necesario conocer a alguien para hablar con él durante horas. Y hay veces cuando la conversación se termina sin saber siquiera el nombre del interlocutor.