Curiosamente, cuando los extranjeros vienen a España, acaban adaptándose felizmente a nuestra filosofía. Les va la marcha española.
Como apuntó un sociólogo, el proceso de aclimatación se produce — aunque con diferentes matices — en tres etapas.
1) Fascinación. Al llegar a España se sienten mucho mejor al comprobar que los españoles no llevamos al cinto la espada de matar toros. Las gentes, el clima y las costumbres les atraen poderosamente. La vida parece fácil. Se hacen amigos como churros. Se aparca el coche donde uno quiere. Las multas no se pagan. Tampoco se declara todo lo que se gana. Los cheques sin fondos no son un delito, sino un ‘trámite’. Los médicos atien den por teléfono y recetan lo que a uno le gusta.
Les fascina nuestro ingenio. Desde las mil y una formas en que burlamos la ley, hasta el arte para rellenar las botellas con tapón irrellenable. Descubren no sólo que en este país todo es posible, sino que es ¡el auténtico paraíso terrenal!
2) Desesperación. A poco tiempo empiezan a detectar extraños comportamientos. El apartamento que iban a alquilar no está listo en la fecha prometida y el precio es muy superior al pactado.
Todo tarda más de lo previsto (como dice Robert Moran, la palabra ‘mañana’ significa un indefinido futuro). Se sorprenden de que un trámite burocrático lo tenga que resolver el electricista.
Pero enseguida descubren que el ‘enchufe’ es otra cosa muy distinta a lo que dice el diccionario. Que es algo imprescindible para que le instalen el teléfono o le entreguen el automóvil. Las normas no se cumplen o se inventan de nuevo cada día. Y nadie es responsable de nada.
3) Hispanización. Esta etapa la desarrollan cuando regresan a su país de origen. Allí han de enfrentarse con la racionalidad, la puntualidad y la seriedad. Pero ya no la soportan. La esclavitud del reloj y el trabajar sin interrupción siete horas seguidas es realmente agotador. No hay lugar donde tomarse un vino ni tiempo para charlar mientras se trabaja. Lo serio es aburrido y ‘lo español’ divertido.
Ciertamente, los españoles tenemos un sentido innato de la desfachatez, la practicamos como un deporte. Y la vida, para nosotros, es un espectáculo intenso y alegre que cautiva al extranjero. Nos gusta enormemente observar como éste se integra plenamente a nuestras buenas y malas costumbres.
Creo que, en muchos aspectos, los españoles poseemos el secreto del gran milagro de vivir. Sin embargo, en otros, deberíamos cambiar un poco. Porque el cambio hacia la modernidad no consiste sólo en sustituirlos horarios de las misas por los anuncios eróticos. Ni el ‘usted’ por el ‘tú’. Ni el bolígrafo por el ordenador personal. Se trata de algo más…