Cuando se tiene más de treinta años a veces uno mira atrás y se da cuenta de que su vida ha cambiado.
Una vez iniciada, esta actividad puede prolongarse hasta etapas variadas de la vida, alcanzando diversas edades, según las posibilidades de cada cual, las responsabilidades familiares, la disponibilidad para salir, los medios económicos, etc. Hay personas que siguen saliendo de marcha hasta bien entrados en la cincuentena, e incluso a edades más avanzadas, si bien es algo más propio de los jóvenes.
Los españoles somos unos bichos fundamentalmente sociales, nos encanta estar muy acompañados, rodeados de gente y ruidos, en un ambiente de distensión, fiesta y bullicio. La expresión “salir”, de hecho, remite a un guión muy complejo que después explicaremos, a tal punto que la expresión: “Este finde me quedé sin salir”, no implica que no saliera de casa, a la compra o al médico, sino que no salí de marcha. Salir de marcha es vivir la fiesta, empaparse del ambiente de diversión compartida, simpatía y buen rollo. Para muchos extranjeros, el principal atractivo de venir a España estriba en estas cualidades que no se encuentran fácilmente en otros países europeos, de carácter más intimista, introspectivo y serio. Mientras en países como Alemania, a las diez de la noche la gente suele meterse en la cama, en España, a esa hora uno empieza a arreglarse para salir, pues ha quedado a las 12 con los colegas para empezar la fiesta.
¿Cómo sale uno de marcha? ¿Qué hay que hacer para salir de fiesta? ¿Por dónde empezar? Bueno, si quieres salir de fiesta por España, y vivir la noche a tope, o como se suele decir, quemar la noche, triunfar o arrasar, lo primero que tienes que hacer es esperar a que llegue el viernes. (Estoy refiriéndome a todo el grueso del año, durante las vacaciones de verano puede que todos los días sean viernes).
Ya seas una chica de 20 o de 40 años, estudies o trabajes, ya seas un chaval de barrio o un alto ejecutivo estresado, lo primero que tienes que hacer al salir de clase o al salir del curro la tarde del viernes es, en la medida de lo posible, echarte una siesta. Así, podrás desconectar de las obligaciones que has atendido durante la semana. Una vez recargadas las pilas, mete en un cajón los malos rollos, llama a tus amigos para quedar y comienza el ritual. Es importante ponerse guapos, y vestir de acuerdo a las exigencias de tu grupo de gente, y de lo que más te apetezca: si en la oficina te obligan a llevar traje de chaqueta pero lo tuyo son vaqueros rotos y una camiseta con calaveras, pues adelante; saca tus viejos vaqueros y aprovecha para lucir tu tatuaje del brazo derecho. Si eres una verdadera coqueta pero durante la semana no tienes tiempo de acicalarte, ahora es el momento, date una sesión de belleza en casa, mascarillas, cremas, y regálate una hora cuidando tu pelo y tu maquillaje, seguro que si te encuentras a un profe de la facul, así de guapa no te va ni a conocer, (si acaso ni tu misma madre). Deja en casa las gafotas intelectuales y doctísimas pero antisexis, y a presumir de lentillas y máscara de pestañas. Esto es lo que las españolas llamamos “ponerse arregladitas para salir” .Si eres de las que les gusta ir a la pelu, venga corriendo antes de que cierren, que la noche no espera y esos ricitos necesitan un repaso. Puedes hacerte un peinado atrevido, unas mechas de color o algo que mole.
Bueno, primer paso superado, ya estamos arreglados para la ocasión, es importante tener en cuenta qué nos vamos a poner según el plan de marcha que vayamos a trazar. En mi época, hacíamos botellón por Malasaña, una castiza zona de ocio y marcha. Si querías no llamar la atención entre el personal tenías que llevar pantalones viejos, zapatillas de deporte con aspecto desgastado y ropa cómoda para sentarte en el suelo a tocar la guitarra y compartir horas de diversión. Una vez mis amigos me llamaron la atención por llevar tacones, prenda que desentonaba con el uniforme general de estilo hippie, muy informal y desenfadado. (Fue un momento muy duro de rechazo colectivo por ir “pijita”, en un ambiente en que lo esperable era ir cutre).
Para sentirse aceptado por la colectividad es importante recibir señales de aprobación. Los españoles somos grandes transmisores de información en este sentido. Entre las féminas es común dirigirse alabanzas sobre su apariencia en la vestimenta o su aspecto físico general. Por ejemplo, si eres mujer y vas a quedar con amigas, al verlas, es importante que les digas, en un tono cantarín, alegre y muy exagerado, frases del tipo: ¡Hala, tía, qué guapa!, ¡Vas a arrasar!, o ¡Estás que lo tiras!, (o “¡Estás que rompes!”) ¡El chico que te gusta se va a poner burro cuando te vea! (Esto es lo que las españolas llamamos “ser maja”). Entre hombres, es más aconsejable el empleo de un insulto afectivo, algún comentario como “Qué pasa, cabrón?”; esta aparente falta de respeto es una muestra de camaradería y confianza.
Recuerdo aquellas idílicas noches de otoño, sentaditos en el suelo de la plaza del Dos de mayo, con un yembé, unas guitarritas, la indispensable bolsa de pipas, unas aceitunas y algo de beber para compartir, un calimocho o unas cervezas. Hablábamos de cine, filosofábamos sobre el amor, sobre lo divino y lo humano. A medida que el agradable licor iba surtiendo efecto en nuestras venas, nuestros corazones se inflamaban y acabábamos abrazándonos todos, acalorados, riendo y mirando las estrellas, no sin llevarnos alguna que otra reprimenda de los vecinos del barrio por causar algún pequeño disturbio callejero. Ah, qué tiempos aquellos los del botellón antes de su prohibición, donde uno podía sentirse dichoso, perdido entre las calles, tumbarse en medio de cualquier parque, rodeado de un montón de amigos.
No teníamos dinero pero éramos felices. Todos juntitos canturreando. Y aquellas noches en la playa haciendo hogueras, burlando la justicia, qué días tan eternos… Dichosa edad en la que podías ir a pie, canturreando libremente por la Gran Vía, a cualquier hora de la noche, siendo piropeada por los muchachos que pasaban, entablando nuevas amistades en la parada del búho.
Para muchos el esperado viernes supone una catarsis, una liberación del alma donde uno retorna a su verdadero yo, se reencuentra con los suyos y busca la verdadera desinhibición y la evasión total. Para muchos enamorados, no será hasta la noche del viernes cuando puedan reencontrarse con el querido, para otros, el viernes será el día en que volverán a su pueblo a juntarse con sus más íntimos, otros se reunirán con su pandilla de toda la vida y harán un guateque. ¡Ay!, el viernes, el viernes… día en que tuvo sentido dejar la maleta hecha. ¡Antídoto del fastidioso lunes!
Para el preso será el día de libertad provisional, para el soldado, el día de permiso y para el camello, el día en que hará caja. En un viernes las estaciones y trenes se llenarán de fiesta y los aeropuertos de abrazos.
Hay quien empieza rompiendo el hielo echando unas partiditas al futbolín y unas cañitas con los amiguetes. A otros les gusta más el billar o jugar a los dardos. Siempre el bar será el lugar de encuentro predilecto, bar de tapas, bar de barrio, bar de pueblo, tasca, taberna, o incluso bodega para los de corte más rústico. Una primera cervecita o un vinito blanco serán nuestros aliados para ir entrando en el tono adecuado, y a lo mejor acabaremos cantando “Asturias, patria querida”.
Para un joven español, no tener con quién salir podría constituir un drama si sus colegas no están. ¡Ojalá nunca tengan que pasar por eso los lectores de este texto!