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«¡Por fin es Navidad!», gritó mi hermana pequeña.

Con esa sinfonía nos despertamos aquel 25 de Diciembre toda la familia. Justo el día anterior habíamos puesto el árbol de Navidad colocando un ángel en su cúspide y decorándolo con bolas de Navidad.

Mis padres habían colgado los calcetines en la chimenea que ahora estaban llenos de golosinas. Sobre ella estaban las tarjetas de Navidad que mi familia nos había enviado para desearnos unas felices Fiestas. Por supuesto en nuestra decoración no faltaba tampoco la típica corona navideña para embellecer la estampa idílica de nuestra casa y un gigante cascanueces estaba custodiando nuestro árbol de Navidad.

Al entrar al salón descubrí que Papá Noel había llegado aquella noche cargado de regalos navideños. Pero eso no fue todo. El gato estaba jugueteando con las luces y se había enroscado el cable al cuerpo. El árbol se estaba cayendo en dirección al fuego de la chimenea y corrí para evitarlo. «Creo que la próxima vez podemos ahorrarnos la iluminación para evitar riesgos», dijo entonces mi madre.

 

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