Real Madrid La excelencia prometida aparece de golpe

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“La excelencia prometida aparece de golpe”

A la búsqueda de seguridades que le afiancen el estilo, que le den calma, el Madrid encontró el escenario ideal en Mestalla.

Donde antes solía enfrentarse a una grada infernal y a un equipo encendido se midió a una banda sin público que la jaleara.

No fue cobarde el novato Óscar Fernández, pero sí populista. Decidió jugar con un rombo, Albelda por detrás y Silva por delante, consciente de que la grada ya estaba harta del doble pivote Albelda-Marchena. Como si fuera tan fácil cambiar en un día el modelo que ha empleado el equipo en el último lustro.

Para el Madrid fue como ir a los toros con el rabo ya cocinándose en las tabernas adyacentes a la plaza. A los cuarenta segundos Raúl puso el balón donde pastan las vacas. Un tirito con la izquierda al rincón de Hildebrand. Está Raúl afilado. Con esa agudeza que no quieren ver las defensas contrarias ni en pintura.

Los tiempos que pasó alejado del área, del gol, de su yo futbolístico han sido un lujo innecesario y perjudicial. No deja de ser curioso que en la medida en la que le alejaron del área, que dejó de ser importante, el club dejó de ganar títulos. En la recta final de la temporada pasada volvió a merodear el área y el Madrid recuperó la hegemonía en la Liga.

Lo que tardó Raúl en marcar fue lo que duró el Valencia. Nada. Al poco, Van Nistelrooy confirmó que habría festival blanco culminando con una vaselina una triangulación que la defensa del Valencia ni intuyó. Sólo la peleó Helguera, que debió darse cuenta de dónde se ha metido.

Gol de lateral brasileño

Había barra libre para los delanteros y centrocampistas de Schuster. Diarra se pulió a Albelda y entre Guti y Gago convirtieron al centro del campo ché en un guiñapo y lideraron la aparición de la excelencia deseada desde el toque. Apareció de golpe y arrasó a un equipo destruido. Con un pase al jugador que se movía entre líneas provocaban un incendio. Sobre todo Guti, que está imperial.

La fiesta también fue para Sergio Ramos, que en una incorporación por la banda derecha sólo le perseguía su sombra. Soltó un derechazo cruzado que hubiera firmado cualquiera de los grandes laterales que ha tenido Brasil. Como cualquier delantero de peso, si le dejan, no perdona. Un parámetro que mide su progreso.

En esas bacanales el fútbol de Robinho es demoledor. Con confianza y sin nadie que le atosigara anunció el gran jugador que puede llegar a ser. Con licencia para equivocarse, sin un míster látigo que le hunda al primer regate que no le sale, bailó al Valencia.

 

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